La pureza del amor

Traducciónes: inglés

Yo soy el gran Alfa y la gran Omega, dice el Padre.

Mandala: Veo que Cristo es el Alfa y la Omega, pero el gran Alfa y la gran Omega son aún más grandes que Cristo. Veo una enorme letra Omega, y dentro de ella, otra letra Omega.

Él está en mí y Yo estoy en Él, dice el Padre. Somos iguales, pero no somos lo mismo.

Mandala: Ahora veo una parte del pecho del Señor Jesús. No alcanzo a ver la cabeza arriba ni las piernas abajo; solo su pecho, del lado del costado. Y dentro de su pecho veo la presencia del Padre, o más bien, la luz del Padre, como si el Padre estuviera en Él. Hay una luz en su pecho, pero no es su propia luz, sino la del Padre.

Al mismo tiempo, veo una luz en el pecho del Padre. En esta visión, el Padre está enfrente del Hijo: a la derecha está el Hijo, mirando al Padre, y a la izquierda el Padre, mirando a su Hijo desde una posición un poco más elevada. Entiendo que en el pecho del Padre está el Hijo. Uno está dentro del otro, al mismo tiempo.

También veo un número 8 acostado, como un símbolo de infinito, que abarca a los dos. Este símbolo está formado por un líquido dorado, similar a un oro líquido que irradia luz. Es un flujo constante que se intercambia continuamente entre los dos.

Y escucho: Nosotros estamos unidos. Somos inseparables.

Este símbolo infinito del 8 acostado, en el que se ve fluir ese líquido dorado, cambia de tamaño dependiendo de cuán lejos o cerca está el Señor Jesucristo del Padre. Cuando Él se acerca a donde está sentado el Padre, sobre su trono, el símbolo se achica porque el Señor está más cerca. Y cuando se da vuelta y camina hacia otro lado, el símbolo se agranda y se alarga.

Eso quiere decir que la conexión siempre permanece intacta y no se altera. Veo este 8 achicarse cuando los dos se acercan, y cuando el Señor Jesús camina hacia la derecha, mientras el Padre queda sentado sobre el trono, el símbolo se amplía entre ellos para mantenerlos siempre conectados. No hay ningún corte en esta conexión, ni disminuye la intensidad de esa luz de oro líquido que fluye entre ellos, con la forma de un 8 acostado, el símbolo del infinito. Y me viene a la mente este versículo:

[Romanos 8:38-39] Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Así como el amor que hay entre el Padre y el Hijo los hace inseparables, entiendo que el amor entre el discípulo y el Señor Jesús también nos hace inseparables de Él.

Veo también un 8 acostado, como el símbolo del infinito, entre el Señor Jesús y un discípulo, pero el color que va del discípulo hacia el Señor Jesús es de un dorado más sucio, más opaco. Tiene algo de color oro, pero no irradia luz como el que describí antes. Se ve más apagado, más opaco. No tiene la pureza del que fluye entre el Padre y el Hijo.

El Señor Jesús nos exhorta, como discípulos, a que trabajemos en la pureza de nuestro amor hacia Él, para que ese oro líquido que fluye entre Él y nosotros sea más puro; es decir, que nuestro amor hacia Él sea más puro.

El Señor me hace entender que hay personas que tienen un amor más puro que otras. Hay un amor de mayor pureza y un amor de menor pureza. Y comprendo que el Señor Jesús invita a sus discípulos a que se propongan alcanzar un amor mayor hacia su persona. Veo un lingote de oro con una impureza: tiene un pedazo de otro metal o una piedra, algo oscuro, clavado dentro de él.

Entiendo que, cuando el oro líquido se enfrió, quedó contaminado con esta impureza, la cual le quita valor al lingote; no es un lingote impecable. Y ahora, como ya se formó el lingote de esta manera, esa contaminación no se puede sacar tan fácilmente, porque cuando el oro líquido se enfrió, la impureza y el oro quedaron unidos en el mismo lingote. Entonces, hace falta poner un fuego fuerte debajo del lingote de oro para que comience a ablandarse, vuelva a tomar una forma líquida y así poder quitarle esa impureza.

Muchos se quejan cuando levanto la temperatura para purificarlos, dice el Señor Jesús. Son pocos los que están agradecidos y contentos. Son pocos los que se contentan cuando quito las contaminaciones y los elementos que arruinan el lingote.

Mandala: Escucho la palabra «invendible». Esto quiere decir que el lingote de oro con impurezas no está apto para la venta. No se puede comercializar en ese estado, porque pierde mucho valor al no cumplir con los requisitos de pureza para su comercialización.

Ahora veo una bóveda en un banco celestial, con grandes portones de metal, donde están guardados muchísimos lingotes. Estos lingotes son perfectos, ordenados y limpios, y entiendo que representan personas.

No veo ningún lingote de oro, como en la visión anterior, que tenga una contaminación, un trozo negro, una piedra o otro metal. No hay ninguno extraño, sin una esquina, quebrado o fisurado. Todos están impecables. Todos los lingotes cumplen con los requisitos de pureza para estar en este tesoro celestial.

Anhelen llegar a esta pureza, dice el Señor Jesús. Anhelen llegar a esta pureza como los lingotes de oro que ya están guardados en las reservas de mi Padre. Yo observo los anhelos de los hombres. Yo peso los anhelos de los hombres.

Mandala: Veo cómo el Señor Jesús mira dentro de los corazones de las personas, observando sus anhelos, sus deseos: si buscan algo bueno o algo malo, si albergan venganza, envidia o deseos negativos hacia otra persona, deseando que sufra, que se enferme o que le pase algo malo.

Comprendo que, independientemente de si el deseo de una persona se cumple o no, el Señor Jesús pesa los anhelos de los hombres. Aun así, el Señor Jesús los sigue pesando.

Anhelen llegar a esta pureza, dice el Señor, como estos lingotes de oro puros, con un amor puro.

Mandala: Entiendo que, al comienzo de la visión, cuando vi al Padre a la izquierda mirando al Hijo que estaba a la derecha, el oro líquido que fluía entre los dos representa un amor total, un amor perfecto, un amor puro. Entiendo también que el deseo del Señor Jesús es que caminemos, respiremos y vivamos en un amor puro. El Señor espera que tomemos la decisión de alcanzar esta meta, de avanzar hacia ese amor puro y perfecto. Es una decisión que debemos tomar.

[Mateo 5:48] Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

El hombre busca la perfección en muchas cosas, pero pocas veces en el amor. Veo cómo las personas buscan la casa perfecta, la comida perfecta, el auto perfecto, la pareja perfecta, incluso un reloj perfecto. Lo miran y exigen que sea impecable. Se miran entre sí, las mujeres a los hombres, los hombres a las mujeres, buscando este tipo de perfección del mundo. Pero son pocos los que se exigen a sí mismos caminar en un amor perfecto. Son pocos los que se esfuerzan por caminar en un amor puro. Son pocos los que buscan desarrollar un corazón capaz de amar perfectamente. Dedican más tiempo a encontrar la casa perfecta, la pareja perfecta o el auto perfecto.

Recapaciten, dice el Señor. No sean hipócritas.

Mandala: Veo a una persona, en un día soleado, que se baja de un auto lujoso, con ropa costosa, un reloj elegante e imponente, todo impecable: camisa, chaqueta de terciopelo y zapatos caros. Desde afuera, este hombre se ve súper ordenado y limpio, pero por dentro, en su pecho, donde está el corazón, se ve una masa oscura, como una papa quemada o un carbón negro. Está mal, feo, corrupto y contaminado. Se ve un corazón malo.

Es más sabio desarrollar un corazón puro, como el oro, que invertir tiempo en combinar diferentes prendas de ropa, porque si el corazón no está arreglado, la apariencia carece de importancia.